lunes, 26 de enero de 2015

Mamá, papá ¿podemos comprar un perro?

¿Cuántas veces la pregunta ha sido repetida por incontable cantidad de niños? El deseo de tener una mascota pareciera inherente a ellos, y más cuando ven al feliz dueño de algún can vistoso y hace gala del porte o gracia del animal. Precisamente estaba en una de mis acostumbradas subidas al Ávila cuando escucho la chillona voz del crío de una pareja media promedio. El padre, de rostro resignado, se notaba que ha invertido su tiempo en mantener una juventud que se aguanta con las puntas de unas uñas bien mantenidas. La madre era portadora de una sonrisa algo forzada enfundada en su conjunto a juego, pero satisfecha de estar pasando unas horas fuera de un recién estrenado cubículo de oficina.

Cantó el querubín de forma entusiasta, tras admirar un imponente husky siberiano que llevaba otro visitante de la montaña (aún no entiendo cuál parte de los avisos “no se admiten mascotas” en un parque nacional ha dejado de ser comprensible y más cuando se cuenta con el ojo visor de la “insigne Guardia Nacional” velando por los “intereses patrios y ciudadanos”): Mamá, papá ¿podemos comprar un perro?

 No me detuve a escuchar la respuesta, pero de inmediato pude cavilar las posibilidades de responder tan aparente sencilla cuestión de un chiquillo esperanzado en una Venezuela como la contemporánea.
El padre tomaría la palabra, tras dirigir una mirada sostenida que peligraba con caer en sopor, capaz por el esfuerzo físico de subir la cuesta, capaz por tener que enarbolar un argumento para su angelito: “primero debemos esperar que tu mami cumpla un año en su nuevo trabajo, a ver si logramos estabilizar la economía del hogar. Recuerda que las reducciones de personal nos tuvieron viviendo de la liquidación y de la empresita de cupcakes que formó con tu madrina por más de año y medio.

Por su parte, la madre complementaría con un cántico cariñoso en su voz: “segundo, hay que esperar que tu padre se reactive. El cada vez más difícil acceso a las divisas para las importaciones tiene el negocio detenido e invierte su tiempo en simular que todo esta bien ante los conocidos, asistiendo paulatinamente al gimnasio y aprovechando, a su vez, para drenar frustraciones”. El padre continúa: “hablando de importaciones, también hay que recordar que no se consigue comida para mascotas y, cuando se consigue, hasta se piensa si no será mejor invertirla para consumo personal. No se le puede dar la comida de uno al perrito, empezando porque no es sano para él y casi no se encuentra para nosotros”. 

Antes de que el niño pudiese responder a las lógicas enarboladas, el discurso continúa. La madre razonaría: “si sumamos todo el tiempo necesario para reestabilizarnos, ya habrían pasado como unos tres años, mi amor. Y en ese tiempo, pues lo más sensato es que ya estemos pensando, o capaz finiquitando, los trámites para emigrar. Habría sido más sencillo si lo hubiésemos hecho en tiempos de soltería, pero como comprenderás, pasaron cosas y naciste tú, lo cual complicó todo, truncó nuestros sueños y obligó a reestructurar prioridades.

El padre complementa: “asumamos que podemos irnos del país. Habrá que comenzar desde cero, asumir que estamos en un país ajeno y que tendremos que esforzarnos en que la experiencia sea lo menos perturbadora posible para ti. Empezaremos viviendo apretados, en un apartamento donde apenas cabremos los tres, mucho menos cabría un perro. Intentar encajar laboral y culturalmente es un proceso arduo que puede llevar mucho tiempo.

La madre, tras terminar de echar un sorbo a su bebida electrolítica de color neón imposible, lanza una sonrisa torcida: “capaz, tras muchos años, algunos de los cuales contemplaremos desesperados volver a esta tierra, luchando a cada momento con la tentación de tirar la toalla, pero recapacitándolo pensando en tu bienestar y en saber las ventajas que implican estar avanzando en esa nueva sociedad, más allá de los costos de los impuestos, tu educación y los seguros, tendremos una casa familiar de tamaño aceptable para tener un espacio cómodo para un perro, con la tranquilidad de haber ganado nuestras visas de residentes. Pero para ese entonces, capaz ya estarás haciendo vida propia y podrás comprar tu propio perro.

Más allá de dichas cavilaciones, estoy seguro que, con un par de gestos cansinos, la respuesta se habrá limitado a un coreado: “puede ser, mi amor. Ya veremos”.

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